Hace más de 10.000 años, en la India...
Hace mucho tiempo, cuando la Tierra tenía otra fisonomía, los primeros inmortales de la India, los siddhas, diseñaron una ciencia, el kriya yoga, y un método para permanecer eternamente jóvenes: el Kaya Kalpa o arte del rejuvenecimiento. Estos maestros irrepetibles, pertenecientes a la mítica Lemuria, encarnaron un viejo sueño de la humanidad –la superación de la muerte- que para ellos se convirtió en realidad.
Los textos hindúes conocidos como Shiva Puranas afirman que desde tiempos inmemoriales el señor Shiva, la deidad suprema de todos los yoguis, permanece meditando en la cúspide del monte Kailas (Tíbet). Él es el padre de los siddhas, el origen de un linaje que comienza hace millones de años con la iniciación de la esposa de Shiva, Shakti, en los misterios del kriya kundalini pranayama o “ciencia de la maestría en la respiración”. La leyenda de los poderosos siddhas comenzó así del modo más sencillo: respirando.
Con el paso del tiempo Shiva habría de trasmitir su arte a los yoguis Agastyar, Nandi Devar y Thirumular, quienes a su vez iniciarían a otros más, hasta completar el número de dieciocho. Porque según las tradiciones tamiles del sur de la India, 18 fueron las personas que lograron la perfección de sus cinco cuerpos: espiritual, intelectual, mental, vital y físico. En última instancia, la ciencia dominada por estos yoga siddhas o maestros perfectos no era otra que la llamada Kaya Kalpa o ciencia del rejuvenecimiento físico, en la que se utilizaban, además de la respiración, los preparados de hierbas y sales minerales.
Ellos fueron los primeros en la historia de la humanidad dispuestos a retar a la muerte, y, presumiblemente, también los únicos que la vencieron.
El paradigma inmortalista
La filosofía inmortalista de los dieciocho siddhas no sólo ha producido grandes logros individuales, sino que ha alimentado la cultura tamil de la India meridional durante milenios. Hoy, en nuestro mundo desgarrado, cobra especial importancia prestar atención a las propuestas de estos hombres, que coincidían con Babaji –uno de los inmortales, tal vez el más activo en nuestros días- en afirmar: “Todos los países son mi patria, todas las razas mi familia, unidad en la diversidad”.
Lo cierto es que aunque los siddhas pertenecen al pasado, su presencia sigue viva. Hace más de medio siglo, la teósofa Annie Besant, en su libro Los Maestros, afirmaba que ellos “contribuyen al progreso del mundo de innumerables maneras. Desde la esfera más alta derraman luz y vida...”. No sería extraño que lo hicieran, ya que mientras permanecieron en el mundo como mortales los siddhas jamás le dieron la espalda; por el contrario, trabajaron anónimamente para su evolución, realizando importantes aportaciones en medicina, gramática, filosofía o alquimia.
El paradigma mortalista, en el que nos hallamos inmersos, fue superado por hombres de hace diez mil años, criaturas cuya odisea no tiene parangón. Tras experimentar la unión (yoga) con Dios y habiendo alcanzado la Realidad Última en el plano espiritual, los siddhas protagonizaron una transformación única que les proporcionó la duración indefinida de sus cuerpos. Se dice que su logro, además de a la Gracia Divina, se debe a su peculiar dominio de las técnicas o kriyas que conducen a la perfección final.
Sankaracharya, difusor del Advaita Vedanta
La tradición de estos maestros supremos del yoga nunca ha sido escrita y consiste de una colección de obras inconexas manuscritas sobre hojas de palma, en un tamil tan antiguo como complicado. En opinión del estudioso Zvelebil, para muchos de sus seguidores dichos textos conforman una enseñanza esotérica difícil de desentrañar, mientras que los hindúes ortodoxos los han mirado con recelo por considerar –y no les falta razón- que estos iluminados estaban en contra del sistema de castas y los excesos del culto: “Los siddhas son oscuros porque quieren serlo –afirma Zvelebil-; sus textos son un cofre del tesoro místico cerrado y sólo un siddha-yogui practicante puede revelar su verdadero significado”.
Y sin embargo, como piezas de un puzzle, dichos textos proporcionan claves fundamentales para entender la vida, el yoga, la medicina, la metafísica o la alquimia.
Kumari Kandam: el continente perdido
La tierra en la que vivieron los primeros siddhas hace diez mil años era diferente a la que hoy conocemos. Según el Silappadikaran, una de las cinco epopeyas tamiles, existía allí un inmenso territorio llamado Kumari Nadu, que los investigadores europeos han identificado como perteneciente a Lemuria o Gondawana, plagado de montañas y rico en flora y fauna, que más tarde terminaría sumergido en las profundidades del Océano Índico. El investigador T.W. Holderness ha constatado que las tierras de la India meridional, cuyas rocas son de las más antiguas del mundo, son geológicamente diferentes de las de la llanura del Indo y también de los Himalayas: ellas son cuanto queda de un continente misterioso hoy perdido para siempre.
Las investigaciones geológicas han confirmado que entre el 30000 y el 2700 a.C. tuvieron lugar impactantes cataclismos y corrimientos de tierras. La Lemuria occidental comenzó entonces a hundirse en las aguas y los lemurios se vieron obligados a emigrar hacia Asia, Australia, el valle del Nilo –donde fundarían la civilización egipcia- y hacia la Atlántida. Todas estas culturas tendrían su origen en estas primitivas migraciones, con las que el colosal conocimiento lemur se diseminó y fue perdiendo pureza. La moderna tectónica de placas ha confirmado de este modo lo que para las indólogos del siglo XIX era un simple mito: la existencia de Lemuria, madre de la Atlántida.
Desde otro campo de la ciencia, el profesor Vulliamy, a partir de sus estudios de los fósiles vegetales, ha identificado los distintos períodos geológicos en los últimos 400 millones de años. Se da la circunstancia de que la única parte del mundo que ha existido ininterrumpidamente como tierra desde entonces ha sido la India del Sur, precisamente el enclave de los siddhas, lo que permitió el desarrollo de una cultura de una antigüedad y un desarrollo asombrosos. La antigua literatura tamil escrita por los siddhas recoge este inusitado movimiento de continentes. Con ellos nació una civilización única que ha pervivido hasta hoy: la cultura de los yoga-siddhas. Y en ella también se cita el antiquísimo continente de Kumari Kandam (Lemuria), cuyo epicentro coincidiría con el extremo meridional de la India del Sur. Allí se desarrollaría la cultura más antigua del planeta, la dravídica, donde emergió el kriya yoga de la inmortalidad.
Los drávidas fueron un pueblo arcaico pero portentoso. Su sabiduría ancestral daría lugar con el paso de los milenios a los Vedas. Por lo general solemos considerar a estos últimos como los textos sagrados más antiguos conocidos. Sin embargo, los míticos rishis (videntes) que escribieron los Vedas no inventaban nada, sino que recogieron un conocimiento anterior, el de la civilización shiva-yógica de los drávidas. Los siddhas fueron los hombres perfectos de esa era. ¿Alguien puede pensar que su sabiduría -que más tarde contagiaron a Egipto y México, entre otros- incluiría la ciencia de la inmortalidad si ésta no fuera posible? Los siddhas sabían demasiado, se jugaban demasiado, para permitirse fantasear.
Las enseñanzas siddhas
Según las enseñanzas siddhas, el cuerpo humano es el templo de Dios, la representación a escala de la Inteligencia Suprema, un cuerpo que tiene a su alcance conservar la juventud eternamente mediante las prácticas yógicas que actúan sobre los centros de energía del organismo o chakras.
Gracias también a dichas prácticas es posible desarrollar ocho poderes sobrenaturales o siddhis que Thirumular, uno de los siddhas más ancianos, menciona en su obra Thirumandiram: Anima o el poder de volverse a voluntad tan pequeño como un átomo; Mahima o el poder de crecer ilimitadamente; Karima o poder de volverse pesado; Lahima o poder de tornarse tan ligero como una pluma; Prapthi o la facultad de conocer pasado, presente y futuro y de viajar a cualquier lugar, incluidos planetas y estrellas lejanos; Prahamiyam o agudeza absoluta de la mente y los sentidos; Esathuravam o poder supremo sobre los objetos animados e inanimados del Universo, y Vasithuvam o el poder de gobernar las cosas mediante el pensamiento o la palabra.
Y sin embargo, todos estos logros palidecen frente al gran logro final, el Soruba Samadhi o vida inmortal, que fue definido por el siddha Roma en su Canción de la sabiduría: “¿Cuál es el signo de la liberación verdadera? Que el cuerpo físico brilla con el fuego de la inmortalidad”. En el mismo texto Roma explica que la duración de la vida es inversamente proporcional al ritmo de la respiración. De este modo, instalado en el estado sin respiración, el hombre prolonga su existencia más allá de lo imaginable. Sin embargo, otro de los siddhas afirma que a dicho estado no puede llegarse por la meditación ni recitando mantras, ni por supuesto por las vías devocionales más conocidas.
Los yoga siddhas tamiles subrayaron la importancia de lograr la inmortalidad sobre la Tierra y por ello se les conoció como los yoguis de la perfección divina. La suya fue una carrera contra el tiempo, ya que a fin de lograr la trasmutación final, debían primero preocuparse por prolongar la duración de sus cuerpos, para lo que recurrieron a la medicina. Su investigación metafísica corrió así paralela a sus descubrimientos médicos. El sistema médico creado por estos “perfectos” se remonta al período prevédico y está constituido por un impresionante corpus de conocimientos trasmitido de generación en generación. Según Thirumular, los medios para curar enfermedades conocidos por ellos se agrupaban en hierbas, sales, ácidos, ayunos, arsénico, metales pulverizados por calcinación, extractos o esencias, píldoras de mercurio y, cómo no, la suprema ciencia del yoga.
Entre los métodos para rejuvenecer el cuerpo e inmortalizarlo se mencionan, por su parte, el control de la respiración, la conservación y transmutación de la energía sexual mediante el celibato y el yoga tántrico, el uso de tres sales consolidadas llamadas muppu, el empleo de polvos calcinados a partir de metales y minerales como el mercurio, el oro o la mica, y las drogas elaboradas con hierbas. Los siddhas aunaron así lo espiritual y lo científico y utilizaron sus inmensos poderes yógicos para investigar en el nivel atómico, sin precisar de ninguna tecnología auxiliar. Su concepción de la medicina era más adelantada que la moderna, ya que su ciencia incluía no sólo los trastornos del cuerpo, sino también de la mente (que nosotros no hemos abordado sino en el último siglo) y la inmortalidad física, inconcebible en la actualidad.
Las técnicas yóguicas les permitieron desarrollar amplios conocimientos sobre anatomía y fisiología humanas. Cuando la tensión y el esfuerzo de sus prácticas les ocasionaban enfermedades, se veían obligados a recurrir a la medicina. Por eso fueron tan hábiles en el uso de recursos médicos y encerraron sus fórmulas entre símbolos místicos. Finalmente, sólo un siddha era capaz de comprender a otro. Sin embargo, su secretismo no impidió que con el paso del tiempo su ciencia se consolidase.
Fuente: Concha Labarta
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